La operación tensionó el delicado equilibrio de Washington, que considera tanto a Israel como a Qatar aliados estratégicos en Medio Oriente. El presidente Trump expresó públicamente su malestar con la acción israelí, distanciando a su administración de la operación. En declaraciones a la prensa, afirmó: “No estoy entusiasmado con toda la situación, no es una buena situación.
Estoy muy descontento con ello, muy descontento en todos los aspectos”. En una publicación en su red social Truth Social, calificó el bombardeo como un “desafortunado incidente” y fue enfático en que Estados Unidos no tuvo participación alguna, subrayando su relación con el emirato: “Considero a Qatar un fuerte aliado y amigo de Estados Unidos, y me siento muy mal por el lugar del ataque”. Funcionarios de la Casa Blanca confirmaron que Israel notificó a Washington momentos antes de que ocurriera el ataque, pero aclararon que no hubo participación estadounidense en la planificación ni en la coordinación de la ofensiva. Esta situación pone de manifiesto la difícil posición de EE. UU., que debe maniobrar entre su férreo apoyo a Israel y su alianza estratégica con Qatar, país que alberga la mayor base militar estadounidense en la región y que ha sido un mediador indispensable en los intentos por alcanzar un alto al fuego en Gaza y la liberación de rehenes.