La gestión de la guerra en Gaza ha exacerbado las divisiones políticas y sociales dentro de Israel. Mientras miles de manifestantes exigen un alto el fuego y la renuncia del primer ministro Benjamín Netanyahu, miembros de su coalición de gobierno promueven acciones expansionistas como la anexión de Cisjordania. La presión interna sobre el gobierno de Netanyahu es cada vez mayor. Los manifestantes han organizado un “día de disturbios” para exigir un acuerdo de alto el fuego, la liberación de los rehenes secuestrados por Hamás y la dimisión del primer ministro. La oposición, liderada por Yair Lapid, ha criticado tanto la violencia de algunas protestas como la “negligencia del gobierno hacia los secuestrados en Gaza”.
Simultáneamente, desde el ala más radical del gobierno, surgen propuestas que amenazan con escalar aún más el conflicto.
El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, ha pedido la anexión de amplias zonas de Cisjordania, una medida que provocó la condena inmediata de la Autoridad Palestina y una advertencia de los Emiratos Árabes Unidos, que la calificaron como una “línea roja” que pondría en riesgo los Acuerdos de Abraham. Esta dualidad de presiones —una desde la calle pidiendo paz y otra desde el propio gabinete pidiendo expansión— refleja la profunda fractura ideológica en Israel y complica la capacidad del gobierno para adoptar una estrategia coherente y unificada, tanto en la guerra como en la diplomacia.
En resumenIsrael enfrenta una profunda crisis interna, con una sociedad dividida entre quienes buscan una salida negociada y un gobierno con elementos radicales que presionan por una escalada, complicando cualquier solución pacífica.