Esta operación representa una escalada significativa del conflicto al extender las acciones militares a un tercer país, generando una fuerte condena internacional.
El ejército israelí, en cooperación con la agencia de seguridad interior Shin Bet, afirmó que los blancos eran “miembros de Hamás que durante años han dirigido las actividades de la organización”, sin revelar sus identidades. La ofensiva se produjo en un momento diplomáticamente crítico, apenas horas después de que el ministro de Exteriores de Israel, Gideon Saar, asegurara que su país había aceptado una propuesta de alto el fuego presentada por Estados Unidos. Una fuente de alto rango de Hamás declaró a Al Jazeera que los dirigentes fueron atacados “mientras discutían la propuesta del presidente estadounidense Donald Trump para un alto el fuego en Gaza”. Este hecho socava gravemente los esfuerzos de paz y demuestra una estrategia israelí de doble vía: participar en diálogos diplomáticos mientras se ejecutan operaciones de asesinato selectivo en el extranjero. Las Fuerzas de Defensa de Israel reafirmaron su postura de continuar actuando para “derrotar a la organización terrorista Hamás”, lo que sugiere que este tipo de operaciones extraterritoriales podrían repetirse. La decisión de atacar en Doha, un centro clave para las negociaciones, no solo pone en peligro la mediación de Catar, sino que también amenaza con inflamar aún más las tensiones en una región ya volátil, arriesgando una confrontación directa con naciones que hasta ahora habían desempeñado un papel de intermediarios.