La respuesta global a la crisis evidencia una creciente polarización sobre cómo abordar el conflicto palestino-israelí. Una de las medidas más drásticas ha sido la del Gobierno de Colombia, que formalizó la prohibición total de las exportaciones de carbón a Israel, citando la necesidad de no contribuir a lo que considera un “genocidio”. Esta decisión posiciona a Colombia como uno de los países más críticos de las acciones militares israelíes y refleja una política exterior alineada con la defensa de los derechos humanos del pueblo palestino. Por otro lado, el conflicto ha generado tensiones incluso dentro de bloques consolidados como la Unión Europea. Las diferentes posturas de los Estados miembros sobre cómo responder a la guerra han agrietado las coaliciones de gobierno en varios países, como se ha evidenciado en manifestaciones propalestinas en ciudades como La Haya. Estas divisiones internas dificultan la adopción de una postura unificada por parte de la UE. En el ámbito simbólico, una fotografía del exmandatario colombiano Iván Duque junto al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el magnate Jaime Gilinski ha sido interpretada por críticos como un manifiesto de la connivencia entre élites políticas y económicas que respaldan a Israel, revictimizando, según ellos, a las víctimas tanto en Palestina como en Colombia. Estas diversas reacciones demuestran que la guerra en Gaza no es un conflicto lejano, sino un catalizador de posicionamientos políticos, acciones diplomáticas y debates sociales en todo el mundo.