Organizaciones humanitarias y religiosas han intensificado sus llamados para detener la guerra. Caritas Internationalis denunció la situación en la Franja de Gaza y exigió un “alto el fuego inmediato”, una postura respaldada por el cardenal Pietro Parolin, quien, al referirse al reciente bombardeo sobre el Hospital Nasser, calificó la situación de “un sin sentido” y subrayó la necesidad de “seguir trabajando por la paz y la reconciliación”.
Esta presión externa se complementa con una creciente movilización interna en Israel.
Miles de manifestantes, liderados por familiares de los rehenes, bloquearon las principales carreteras de Tel Aviv. Su demanda es doble: el fin de la ofensiva militar y el retorno de los cautivos. La acusación central de estos grupos es que el gobierno de Netanyahu está retrasando intencionadamente las negociaciones de paz. Según los familiares, esta dilación pone en riesgo la vida de los rehenes y prolonga el sufrimiento de ambas poblaciones. La combinación de la presión humanitaria internacional y el descontento interno de los propios ciudadanos israelíes configura un escenario complejo para el gobierno de Netanyahu, que se enfrenta a la disyuntiva de continuar con sus objetivos militares o ceder a las demandas de un cese de hostilidades para facilitar un acuerdo.