Las víctimas fueron identificadas como Ahmed Abu Aziz, Mariam Dagga, Hussam al-Masri, Mohamed Salama y Moaz Abu Taha, quienes colaboraban con medios internacionales como Reuters, Associated Press (AP), Al Jazeera, NBC y Middle East Eye.
El ataque se produjo en el cuarto piso del hospital, un lugar frecuentado por corresponsales debido a su conectividad. Según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), con estas muertes, el número de comunicadores asesinados por Israel desde el inicio de la ofensiva supera los 180, convirtiendo este conflicto en uno de los más mortíferos para la prensa en la historia reciente. Medios como Al Jazeera han calificado el hecho como “un crimen horrible” y parte de “una campaña sistemática para silenciar la verdad”.
Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han negado atacar deliberadamente a periodistas, afirmando que lamentan “cualquier daño a personas no implicadas”.
Sin embargo, estas declaraciones contrastan con denuncias sobre una unidad secreta del ejército israelí dedicada a moldear la narrativa presentando a periodistas palestinos como agentes de Hamás para justificar los ataques.
Esta táctica, según analistas, busca controlar la información en un conflicto donde la cobertura depende casi exclusivamente de los comunicadores locales, dado que Israel restringe el acceso a la prensa internacional.