En una reciente publicación, el economista admitió haberse equivocado en al menos tres aspectos clave.

Primero, subestimó cómo los marcos regulatorios podrían adaptarse para permitir que Bitcoin coexistiera con el sistema financiero tradicional en lugar de ser prohibido. Segundo, no anticipó el atractivo de Bitcoin como una reserva de valor similar al “oro digital”, especialmente en economías emergentes o con inestabilidad política, donde se ha convertido en una herramienta para protegerse contra la inflación y la incertidumbre. Finalmente, reconoció que subestimó el bajo costo de transacción y la eficiencia energética que la red podría alcanzar, factores que han fortalecido su caso de uso. La reflexión de Rogoff es significativa porque proviene de una de las voces más respetadas en la economía global, quien en el pasado había expresado un fuerte escepticismo sobre el valor intrínseco de las criptomonedas. Su cambio de perspectiva refleja una tendencia más amplia en la que figuras e instituciones del mundo financiero tradicional están reevaluando el papel de Bitcoin, no solo como un activo especulativo, sino como un componente legítimo del panorama económico global.