Sin embargo, ahora admite haber errado en tres aspectos fundamentales.

Primero, subestimó el atractivo de un activo descentralizado, sin permisos y resistente a la censura en un mundo cada vez más digitalizado y vigilado. Segundo, no anticipó la rapidez con la que Bitcoin se convertiría en una clase de activo invertible para las finanzas convencionales, un proceso que se aceleró drásticamente con la aprobación de los ETFs al contado en Estados Unidos, facilitando el acceso a inversionistas institucionales y minoristas.

Finalmente, reconoció que subestimó el valor a largo plazo que los usuarios y los mercados le asignarían a su naturaleza descentralizada y a su escasez programada.

El cambio de perspectiva de una figura tan influyente como Rogoff es significativo, ya que refleja una aceptación más amplia y matizada del papel de Bitcoin en el sistema financiero global, más allá de la pura especulación.