La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) emitió sus primeras sentencias restaurativas contra el último secretariado de las Farc-EP por el macrocaso de secuestro y contra 12 exmilitares por ejecuciones extrajudiciales en el Batallón La Popa. Estas decisiones marcan un hito en la justicia transicional colombiana, pero han generado un intenso debate sobre la naturaleza de las sanciones y la reparación a las víctimas. La sentencia impone ocho años de “sanción propia” a los excomandantes de las Farc, responsables de más de 21.000 secuestros, y a los militares implicados en 135 “falsos positivos”. Las penas no incluyen cárcel, sino la participación en proyectos restaurativos como desminado humanitario, búsqueda de personas desaparecidas, recuperación ambiental y actos de memoria. Rodrigo Londoño, en nombre de los excombatientes, reconoció que incurrieron en una “práctica atroz”.
Sin embargo, las víctimas han expresado una profunda insatisfacción.
Figuras como Ingrid Betancourt, el general (r) Luis Mendieta y Jhon Frank Pinchao, junto con familiares de los diputados del Valle, han calificado la ausencia de restricción de la libertad como una forma de impunidad que no repara el daño sufrido. Betancourt afirmó que “para que haya reparación tiene que haber justicia”, y que la falta de sanciones efectivas “acaba con la posibilidad de que en el futuro haya procesos de paz negociados en Colombia”. La implementación de estas sentencias enfrenta, además, un desafío financiero significativo. El presidente de la JEP, Alejandro Ramelli, advirtió que se necesitan con urgencia 121.858 millones de pesos para ejecutar los proyectos, pero el presupuesto nacional de 2026 solo garantiza 20.000 millones, dejando un déficit que pone en riesgo el cumplimiento de las medidas reparadoras.
En resumenLas primeras sentencias de la JEP representan un paso fundamental en la aplicación de la justicia transicional, pero evidencian una profunda brecha entre el modelo de justicia restaurativa y las expectativas de las víctimas. El éxito de estas medidas dependerá de la financiación estatal y de su capacidad para generar una reparación simbólica que sea percibida como legítima por una sociedad marcada por décadas de conflicto.