La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) emitió su primera e histórica sentencia contra siete excomandantes del último secretariado de las FARC-EP, imponiéndoles la máxima sanción propia de ocho años por su responsabilidad en más de 21.000 secuestros. Esta decisión, que no contempla cárcel, marca un hito en la justicia transicional colombiana y ha generado un intenso debate sobre la naturaleza de la reparación y la justicia. El fallo declara a los excomandantes responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad, incluyendo toma de rehenes, homicidios, desapariciones forzadas y violencia sexual, describiendo el secuestro como una política sistemática para financiar la organización, presionar al Estado y ejercer control territorial. La sanción consiste en la ejecución de Trabajos, Obras y Actividades con Contenido Restaurador (TOAR) durante ocho años, que incluyen la búsqueda de personas desaparecidas, desminado humanitario, recuperación ambiental y actos de memoria, como la creación de relatos dignificantes en ciudades como Neiva. Durante este periodo, los sancionados tendrán restricciones efectivas de libertad, con monitoreo electrónico permanente y la obligación de residir en lugares específicos para cumplir sus labores.
La decisión ha provocado una profunda división.
Víctimas como Íngrid Betancourt y el general (r) Luis Mendieta la calificaron como una "burla" y un acto de "impunidad total", anunciando su intención de acudir a instancias internacionales.
Betancourt afirmó que "los únicos restaurados son los criminales".
Por otro lado, la JEP, a través de sus magistrados, y organismos como la ONU, celebraron el fallo como un "hito histórico" en el que, por primera vez, los máximos responsables de un grupo armado reconocen sus crímenes ante la justicia. La sentencia también confirmó que los excomandantes no perderán sus derechos políticos, un punto clave del Acuerdo de Paz, aunque su cumplimiento primará sobre sus actividades políticas.
En resumenLa primera sentencia de la JEP contra la cúpula de las FARC-EP establece una condena de ocho años de sanciones restaurativas por la política de secuestro, sin pena de cárcel. Mientras la JEP y organismos internacionales la califican como un hito histórico para la justicia transicional, diversas víctimas la rechazan por considerarla un acto de impunidad, generando un debate nacional sobre la proporcionalidad de las penas y la efectividad de la reparación.