Sin embargo, la "tercera ola del café" ha revertido esta dinámica, generando una revolución cultural y económica.
Este movimiento global, que valora la calidad, el origen y los procesos artesanales, ha encontrado un terreno fértil en el país, impulsando la apertura de cafés de especialidad en ciudades como Bogotá, donde zonas como Chapinero Alto y el norte de la ciudad se han convertido en epicentros de esta tendencia. El consumidor ya no pide "un tinto", sino que se interesa por el origen del grano (Huila, Cauca), el método de preparación (aeropress, cold brew) y las notas de sabor.
Irónicamente, fue la apreciación internacional la que motivó a los colombianos a redescubrir su propio "oro líquido".
Este cambio ha puesto en primer plano a los productores, que dejan de ser anónimos para convertirse en protagonistas con nombre propio. El consumo de café de especialidad se ha vuelto un ritual de identidad para una nueva generación urbana, que valora lo local, lo artesanal y lo consciente. Aunque el reto persiste en asegurar que los beneficios económicos lleguen a la base de la cadena productiva, esta tendencia está logrando algo simbólico: que los colombianos se apropien con orgullo de uno de sus mayores tesoros culturales.







