Sin embargo, esta nueva entrega reinventa al villano como una entidad metafísica que, al estilo de Freddy Krueger, aterroriza a sus víctimas desde el subconsciente y los sueños.

La trama se sitúa en 1982 y sigue a Finney (Mason Thames), ahora un adolescente traumatizado, mientras que su hermana Gwen (Madeleine McGraw) y sus visiones psíquicas cobran un papel central en la narrativa. La crítica describe la película como una secuela que “arriesga, expande su mitología y experimenta”, aunque también señala que por momentos “se atraganta con su propia ambición” al intentar explicar en exceso la lógica de los sueños, lo que en ocasiones enfría la tensión. A pesar de ello, se destaca la capacidad de Derrickson para crear una atmósfera opresiva y perturbadora, manteniendo la esencia de horror que caracterizó a la original.