El mercado japonés se vio beneficiado por la renuncia del primer ministro Shigeru Ishiba, lo que generó expectativas de que su sucesor implementará políticas fiscales y monetarias más expansivas.

Paradójicamente, esta incertidumbre política ayudó a impulsar las acciones.

A esto se sumó el optimismo generalizado por un posible recorte de tasas de interés en Estados Unidos y noticias positivas sobre las negociaciones comerciales entre EE.

UU. y China.

Un pilar fundamental de este rendimiento es la política de tasas de interés históricamente bajas del Banco de Japón, que incentiva a los inversionistas a buscar rentabilidad en activos de mayor riesgo como las acciones.

No obstante, este auge bursátil no se traduce en un crecimiento económico sólido.

La economía real japonesa enfrenta desafíos estructurales como el bajo crecimiento del PIB y el “efecto zombi”, donde empresas ineficientes sobreviven gracias al crédito barato, limitando la innovación.

El mercado parece depender de los estímulos monetarios en lugar de un crecimiento orgánico, lo que plantea dudas sobre la sostenibilidad a largo plazo de esta bonanza bursátil.