La renuncia del primer ministro Shigeru Ishiba, tras una derrota electoral, impulsó paradójicamente las acciones ante la expectativa de que su sucesor implemente "políticas fiscales y monetarias más expansivas". Esta situación, combinada con la perspectiva de un recorte de tasas en EE.

UU. y un acuerdo comercial favorable con Washington para reducir aranceles a los automóviles japoneses, generó un fuerte optimismo entre los inversores.

Adicionalmente, datos económicos robustos, como la revisión al alza del PIB del segundo trimestre a una tasa anualizada del 2,2 %, respaldaron el alza.

Sin embargo, un análisis más profundo revela la complejidad de la situación japonesa, descrita como un "laboratorio de políticas monetarias no convencionales". Las tasas de interés históricamente bajas, si bien impulsan el mercado de valores al hacer más atractivos los activos de riesgo, no han logrado generar un crecimiento económico sólido y sostenido. Esta política ha permitido la supervivencia de "empresas zombis", compañías ineficientes que se mantienen a flote con crédito barato pero no invierten en innovación, lo que resulta en una asignación ineficiente de recursos. El auge bursátil, por tanto, contrasta con una economía real estancada, demostrando que "los bajos tipos de interés pueden impulsar el mercado bursátil, pero no son una solución milagrosa para problemas económicos profundos y complejos".