Por un lado, posee un genoma extremadamente pequeño, de apenas 238.000 pares de bases, uno de los más reducidos conocidos. A pesar de su simplicidad, conserva los genes esenciales para fabricar sus propios ribosomas y ARN, componentes fundamentales de la maquinaria celular que le otorgan un grado de autonomía que los virus no poseen, ya que estos dependen enteramente de la maquinaria de sus huéspedes para replicarse. Sin embargo, por otro lado, este microbio es incapaz de sobrevivir de forma independiente.

Necesita un huésped para llevar a cabo muchas de sus funciones metabólicas, lo que lo asemeja a un parásito o un virus en su dependencia. Esta combinación de características lo coloca en una posición intermedia única, desafiando la nítida distinción entre lo vivo y lo no vivo.

Los investigadores sugieren que organismos como este podrían representar una etapa evolutiva intermedia entre los virus y las células completas, ofreciendo pistas valiosas sobre cómo surgieron las primeras formas de vida y cómo se desarrollaron las complejas relaciones simbióticas que moldean el mundo microbiano.

Este descubrimiento subraya que la vida es un espectro con matices y no una categoría con límites definidos, lo que tiene implicaciones profundas para la biología y la astrobiología.