Este hallazgo obliga a reconsiderar cuándo y dónde interactuaron ambas especies, modificando los modelos tradicionales de la evolución humana.
La importancia de este descubrimiento radica en que amplía significativamente nuestra comprensión sobre el momento y el lugar en que los humanos modernos y sus parientes neandertales se encontraron e intercambiaron material genético. Los hallazgos implican que los contactos entre estas dos especies fueron más frecuentes o se produjeron mucho antes de lo que se pensaba. Esto desafía algunas de las líneas de tiempo tradicionales de la historia humana, que hasta ahora sugerían contactos considerablemente más tardíos. En consecuencia, esta nueva evidencia obliga a los científicos a revisar los modelos existentes sobre la migración, adaptación y dispersión de los humanos, los cuales se basaban en la suposición de una separación más prolongada entre ambas especies. El descubrimiento pinta un cuadro más complejo e interconectado de nuestro pasado evolutivo, sugiriendo que la interacción entre diferentes grupos de homínidos fue una parte fundamental de la historia humana desde sus primeras etapas fuera de África.











