Los historiadores habían atribuido tradicionalmente el colapso del ejército a la brutalidad del invierno ruso, el hambre y el constante hostigamiento de las fuerzas rusas.

Sin embargo, esta evidencia genética sugiere que una epidemia silenciosa diezmó a las tropas desde dentro, debilitándolas masivamente mucho antes de que el frío alcanzara su punto más álgido.

Las precarias condiciones sanitarias del campamento, la desnutrición y el agotamiento extremo crearon el caldo de cultivo perfecto para la propagación de la enfermedad. Este estudio no solo añade una capa crucial de comprensión a uno de los desastres militares más estudiados de la historia, sino que también ejemplifica el poder de la paleogenética para desvelar el papel de los “enemigos invisibles”, como los microbios, en la configuración de grandes eventos históricos.