Entre ellas, destacó el gen STC1, que juega un papel crucial en la conservación de agua. Este gen, altamente activo en los riñones, produce una proteína que ayuda al cuerpo a evitar la deshidratación severa, una adaptación vital para una comunidad que vive bajo un sol implacable y realiza largas caminatas diarias.

Los hallazgos, publicados en la revista Science, no solo explican la supervivencia de los turkana, sino que también subrayan cómo el entorno puede moldear el ADN humano a lo largo de generaciones. Este estudio es un poderoso recordatorio de que la salud y la nutrición no pueden entenderse desde una perspectiva única, y que la diversidad genética y cultural es clave para comprender la biología humana en su totalidad.