El hallazgo desafía los estándares nutricionales universales y ofrece un claro ejemplo de la evolución humana en acción. La dieta del pueblo turkana se compone en un 80% de leche, carne y sangre de su ganado, un régimen alimenticio que, en un clima con temperaturas superiores a los 38 °C, es clave para su supervivencia.

"Si una persona promedio adoptara esta dieta, probablemente caería enferma en poco tiempo", afirmó el biólogo Julien Ayroles.

Para entender esta notable adaptación, un equipo internacional de investigadores analizó los genomas de casi 5.000 miembros de la comunidad, publicando sus resultados en la revista Science.

Identificaron ocho regiones del ADN con claras señales de evolución adaptativa.

Entre ellas, destacó el gen STC1, que produce una proteína crucial para la conservación de agua en condiciones de deshidratación extrema. Este gen se activa en los riñones cuando el cuerpo necesita ahorrar agua, una función vital para quienes viven en un entorno tan árido. "Este gen se enciende cuando el cuerpo entra en modo de ahorro de agua, exactamente lo que uno necesita si camina 10 kilómetros al día bajo un sol implacable", explicó Ayroles a Live Science. El estudio no solo demuestra cómo el ambiente y el estilo de vida pueden moldear el ADN a lo largo de generaciones, sino que también cuestiona la idea de una dieta universalmente saludable. Lo que puede ser tóxico en un contexto, resulta ser vital en otro, subrayando la importancia de la diversidad genética y cultural para comprender la salud humana desde una perspectiva global.