Las muestras de microbios fueron extraídas de un túnel de investigación cerca de Fairbanks, congeladas desde el Pleistoceno tardío. En el laboratorio, los investigadores simularon las condiciones del deshielo del permafrost debido al calentamiento global, rehidratando las muestras e incubándolas a temperaturas de entre 4 y 12 °C.

Inicialmente, la actividad microbiana era casi imperceptible, con apenas una de cada 100.000 células reproduciéndose diariamente.

Sin embargo, después de varios meses, algunas comunidades microbianas despertaron por completo, formando biofilms visibles y demostrando una sorprendente capacidad de adaptación.

Este renacer microbiano conlleva una alerta climática significativa.

Al reactivar su metabolismo, estos microorganismos antiguos comienzan a degradar la materia orgánica que ha estado atrapada en el hielo durante milenios.

Este proceso libera a la atmósfera dióxido de carbono y metano, dos potentes gases de efecto invernadero.

Los expertos advierten que esto podría generar un peligroso ciclo de retroalimentación: a mayor deshielo, más microbios se activan, y a mayor actividad microbiana, se liberan más gases que aceleran aún más el calentamiento global. Más allá de sus implicaciones climáticas, el descubrimiento proporciona pistas valiosas sobre cómo la vida podría persistir en otros ambientes extremos, como Marte o las lunas heladas del sistema solar, ampliando nuestra comprensión de los límites biológicos de la vida.