Si estas conclusiones se confirman, se requeriría una revisión fundamental de los modelos evolutivos vigentes.

La paleoantropología construye el árbol genealógico de la humanidad a partir de hallazgos fósiles fragmentarios, por lo que un espécimen tan antiguo y bien conservado tiene el potencial de reconfigurar drásticamente las relaciones y fechas aceptadas entre las distintas especies de homínidos. La ubicación del descubrimiento en China también es significativa, ya que se suma a la creciente evidencia de que la evolución humana no fue un proceso lineal centrado exclusivamente en África, sino un fenómeno más complejo y geográficamente diverso, con múltiples poblaciones interactuando y evolucionando en paralelo a través de Asia y Europa. Este cráneo podría, por tanto, no solo cambiar cuándo creemos que surgieron nuestros antepasados, sino también dónde y cómo evolucionaron, pintando un cuadro mucho más intrincado de los orígenes de la humanidad.