Este esfuerzo busca transformar la forma en que se identifican y tratan los trastornos mentales, moviéndose hacia un modelo más basado en datos biológicos objetivos. Tradicionalmente, el diagnóstico psiquiátrico se ha basado en la observación clínica y los relatos de los pacientes, un método que, si bien es valioso, puede estar sujeto a sesgos e interpretaciones variables. La nueva ola de investigación se centra en encontrar correlatos biológicos medibles para las enfermedades mentales. Tecnologías como la resonancia magnética funcional (fMRI) y la electroencefalografía (EEG) permiten a los científicos observar la actividad cerebral en tiempo real, identificando patrones que podrían ser característicos de condiciones como la depresión, la esquizofrenia o el trastorno bipolar. Además de las imágenes cerebrales, la búsqueda de biomarcadores en la sangre, la saliva o el líquido cefalorraquídeo está ganando terreno. Estos indicadores moleculares podrían señalar la presencia de un trastorno o predecir la respuesta de un paciente a un tratamiento específico. Aunque la implementación clínica generalizada de estas herramientas aún enfrenta desafíos, como la variabilidad individual y el alto costo, representan una frontera prometedora. El objetivo final no es reemplazar el juicio clínico, sino complementarlo con datos cuantitativos, lo que permitiría diagnósticos más precisos, tempranos y personalizados, mejorando significativamente la calidad de vida de millones de personas.
