La reforma tributaria radicada en el Congreso retoma una de las propuestas más sensibles de debates fiscales anteriores: la imposición de impuestos a las iglesias y confesiones religiosas. El proyecto establece que estas entidades deberán pagar impuesto sobre la renta por los ingresos que obtengan del desarrollo de actividades mercantiles, aunque se mantendría la exención para aquellas actividades estrictamente relacionadas con el culto, la religión y la labor social. Según el articulado, las organizaciones religiosas que realicen actividades comerciales, como la operación de cafeterías, librerías o el arrendamiento de bienes, serán consideradas contribuyentes del régimen ordinario y deberán separar contablemente sus ingresos, costos y patrimonio para diferenciar entre sus fines religiosos y sus negocios.
Esta propuesta ha generado un inmediato rechazo de sectores políticos con bases religiosas.
La senadora Lorena Ríos, del partido Colombia Justa Libres, calificó la medida como un “acto de segregación contra la labor social que históricamente han realizado las confesiones religiosas”. Ríos argumentó que la iniciativa desconoce la naturaleza no mercantil de estas organizaciones y advirtió que dará la batalla en el Congreso para frenarla, tal como ocurrió en 2022. El Gobierno, por su parte, justifica la medida como un paso hacia la equidad tributaria, buscando que todas las actividades comerciales, sin importar quién las realice, contribuyan al sistema fiscal. Datos de la DIAN citados en algunos artículos indican que las iglesias en Colombia acumulan un patrimonio cercano a los 19 billones de pesos y registraron ingresos brutos por más de 8 billones en 2023, lo que las convierte en un actor económico relevante.
En resumenLa propuesta de gravar las actividades comerciales de las iglesias revive un debate sobre la equidad tributaria y el rol social de las entidades religiosas. Mientras el Gobierno busca que los negocios operados por iglesias tributen como cualquier otra empresa, líderes religiosos y sus representantes políticos se oponen, argumentando que la medida afectaría su labor social y desconocería su naturaleza no lucrativa.