Al cumplirse 40 años de la erupción del Nevado del Ruiz que borró del mapa a la ciudad de Armero, Tolima, el país conmemora una de las peores tragedias naturales de su historia, que dejó un saldo de al menos 23.000 muertos en la noche del 13 de noviembre de 1985. Diversos actos simbólicos, incluyendo una eucaristía oficiada por el nuncio apostólico, velatones y una lluvia de flores, se han programado para honrar la memoria de las víctimas. En el antiguo campo santo que hoy es Armero, la figura de Omayra Sánchez, la niña de 13 años que agonizó durante más de 60 horas atrapada en el lodo, sigue siendo el rostro más emblemático del desastre.
Su tumba se ha convertido en un lugar de peregrinación, donde muchos le atribuyen “favores recibidos”.
La conmemoración también ha sido un espacio para la reflexión y la denuncia. Periodistas como Germán Santamaría y José Francisco Tulande, quienes cubrieron la tragedia, recordaron el evento como un “apocalipsis” y un símbolo de negligencia institucional, pues existían alertas sobre la actividad del volcán que no fueron atendidas adecuadamente. Otro drama que persiste es el de los niños perdidos; Francisco González, de la fundación Armando Armero, mencionó que más de 570 menores desaparecieron tras la avalancha. En el ámbito legislativo, se aprobó la Ley 2505 de 2025 para honrar a las víctimas y reforzar la prevención de desastres, mientras el Senado de la República llamó a consolidar un sistema de gestión del riesgo más efectivo para que una tragedia de tal magnitud no se repita.
En resumenLa conmemoración de los 40 años de la tragedia de Armero no solo rinde homenaje a las miles de víctimas, sino que también sirve como un doloroso recordatorio de la necesidad de fortalecer la prevención de desastres en Colombia. La memoria de Omayra Sánchez y los relatos de los sobrevivientes exigen que las lecciones del pasado se traduzcan en acciones concretas para proteger a las comunidades vulnerables.